¿Cuánto es el diez por ciento de una peseta? Por Mercedes Cordero

Cuando era chiquita, los niños dábamos la ofrenda en el salón de clases de la Escuela Dominical. Mi padre se paraba a la entrada del anexo del templo con 75 centavos; así, según mis hermanas y yo le pasábamos por el lado para subir a nuestros salones, él nos repartía una peseta a cada una para que la diéramos de ofrenda. Hoy día, 25 centavos no suena a mucho, pero, en aquella época, con una peseta podíamos comprar todo un almuerzo en la cafetería de la escuela. Pero mis hermanas y yo teníamos muy claro que esos 25 centavos no eran para nuestro uso personal, ni para nuestros ahorros. Desde que mi padre los sacaba de su bolsillo, esos 25 centavos le pertenecían al Señor.

El tema de la ofrenda y el diezmo era muy común en nuestra casa: la importancia de ofrendar y lo imprescindible de dar el diezmo correctamente sin quedarnos con nada que no nos perteneciera. Y a esto le seguían ejemplos de familiares y conocidos que habían fallado en esto y habían tenido que enfrentar problemas o situaciones lamentables. Pero mis padres no nos contaban estas historias para infundirnos miedo, sino para enseñarnos que Dios es fiel a su Palabra al bendecir a aquellos que le obedecen y disciplinar a los que no cumplen lo que Él manda.

Por lo tanto, a nosotras nos enseñaron desde temprano a separar para el Señor una parte de lo que recibiéramos como ganancia. Responsablemente, mi padre se sentaba con nosotras a explicarnos cómo sacar el diezmo, y nos dejaba muy claro que eso era lo primero que se hacía. Nada de pagar alguna deuda antes de cumplir con el Señor. Primero, a Dios lo que es Dios; luego, a la American Express lo que es de la American Express. Y muy sabiamente nos instruía diciendo que, cuando cumplimos con lo que Dios nos manda, aunque parezca que el dinero no nos va a alcanzar, Dios se encarga de proveernos lo que necesitamos porque Él no deja al justo desamparado.

Con el paso del tiempo, y al tener que enfrentar situaciones difíciles, mi esposo y yo hemos comprobado que el Señor cumple sus promesas. Tan sólo nos basta con sacar cuentas a fin de año, o a la hora de llenar planillas, para darnos cuenta de que verdaderamente Dios nos ha suplido. Puede que mensualmente los gastos de la casa y el costo de vida nos abrumen, nos preocupen y quizás a algunos hasta les quite el sueño, pero de algo estoy segura: Dios es fiel y suple todo lo que nos falta.

Ofrendar y dar el diezmo no depende de la edad, de cuánto ganemos o de si nos sobra el dinero para hacerlo. No importa que tengas 16 años y apenas estás comenzando a trabajar, ni de que tengas 50 años y demasiadas responsabilidades económicas. Depende de si quieres obedecer a Dios o no, si quieres cumplir sus mandamientos o no, si puedes tener la confianza y seguridad de que el Señor, no importa tu situación, puede suplir y proveer para ti.

Todavía, al día de hoy, mi padre continúa “dándome la vuelta” de vez en cuando con esta pregunta: “¿Tú estás dando el diezmo?” Y, de momento, yo entro en pánico tratando de hacer memoria, de recordar cuándo fue la última vez que lo hice. Sin embargo, mis padres pueden estar tranquilos en esto: por la gracia de Dios, ésta fue una lección bien aprendida y puesta en práctica. De ellos aprendí (y así espero enseñarle a mi hijo) que debemos ser fieles al Señor, sea con una peseta o con grandes cantidades de dinero. El diez por ciento y la ofrenda le pertenecen a Dios; a fin de cuentas, todo lo que tenemos se lo debemos a Él.