Sermón: Santiago 5:12 Íntegros en nuestro hablar

Santiago 5:12 “Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación.”

 

            El actor Tom Cruise filmó hace unos años atrás la película titulada “Jerry Maguire”. La película trata de este agente que hace contratos con futbolistas prominentes. El los adopta y les consigue promociones y jugosos contratos. Resulta que él tiene una crisis cuando uno de sus futbolistas sufre una lesión que lo deja paralítico. Y en esa crisis él tiene la gran revelación de que la compañía debe preocuparse más por las personas que contratan que por contratar futbolistas. Hay que darle un trato más humano y más personal. Y eso implica hacer menos contratos.

            Resulta que eso le costó el trabajo. Y como él tenía clientes anteriormente, él procuró que sus clientes le respaldaran a él en la nueva compañía que iba a crear. Todos sus clientes anteriores lo dejaron excepto uno. El decide visitarlo para asegurar ese cliente. Y en eso el padre le dice que él no firma contratos pero que su palabra es suficiente porque es más fuerte que el roble. El protagonista se va feliz por lo que le dijo. Poco tiempo después descubre que el padre había firmado contrato con otra compañía. Su palabra que era más fuerte que el roble se había roto.  La integridad de su palabra fue echada por tierra.

            El que alguien no cumpla su palabra no es nada nuevo. Conocemos a muchas personas que nos dicen que van a hacer algo y no lo cumplen. A veces nos prometen villas y castillas para más adelante no cumplir. Y muchos de ellos se quedan con cara de lechuga. No les preocupa ni les importa sin quedan mal en su palabra.

            ¿Qué nos enseña esto? Que el ser humano miente. Y como esto es así los juramentos han sido creados para “garantizar” la verdad de lo que se dice. Y en las cortes se jura o se afirma que la persona va a decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Pero, aun así, la gente miente. La gente busca la manera de zafarse de no caer en perjurio, en haber jurado falsamente.

            Detrás de todo esto está presente la integridad de nuestras palabras y de nuestras personas. De eso trata el pasaje de Santiago. Y en vista de eso vamos a procurar contestar la siguiente pregunta. ¿Cómo debemos usar nuestras palabras de tal manera que glorifiquen a Dios y guarden nuestra reputación? Santiago nos contesta en primer lugar     

 

I. Hablando sin jurar

            “Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis”. ¿De qué está hablando aquí Santiago? Santiago tiene aquí presente las palabras de Jesús. Es más, Santiago basa su denuncia en las palabras mismas de Jesús en Mateo 5:33-37. ¿Qué es lo que sucede? Era costumbre de los judíos acompañar a cada promesa con un juramento. Para todo lo decían querían acompañarlo con un juramento. Pero ellos habían inventado una trampa. Como el nombre de Jehová es sagrado, los juramentos de ellos consistían en jurar por otro nombre o por otra cosa que sea considerada sagrada pero que no mencione el nombre de Dios. Y si por alguna razón no cumplo mi promesa no es gran cosa porque yo no he jurado en el nombre de Jehová.

            Conociendo tal práctica, Jesús y Santiago les dice: no juréis ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento. La idea es que Dios, quien es el creador de todo, está detrás de todas las cosas por las cuales juran. Jesús decía en Mateo 5:33-36 “Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. 34 Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; 35 ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. 36 Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello.” Todas las cosas están conectadas con Dios porque Dios es su creador y Él además se revela por medio de lo creado. Por tanto, es imposible hacer un juramento o un voto sin que Dios esté involucrado.

            Santiago, entonces, les dice: tienen que parar la práctica de estar jurando por todo. Jurar es algo serio. Jurar no es cualquier cosa. Cuando juras tú estás invocando el nombre de Dios pidiéndole que Él sea testigo de que lo que tú prometes es cierto y lo vas a cumplir. Y si tú no lo cumples no solo traes juicio sobre ti sino más grande que eso tú “tomas el nombre de Dios en vano”. Tú te burlas del nombre de Dios, que no es otra cosa que burlarse de Dios mismo. Y esto es serio.

            Hermanos, tomar el nombre de Dios en vano es algo serio. Dios es ofendido cuando su nombre es profanado. El que Dios no mate a la persona inmediatamente al profanar su nombre no significa que este pecado no ofende a Dios. Él tiene conocimiento de esto y lo toma como algo sumamente serio. Por eso Santiago comienza este versículo con las palabras “pero sobre todo”. Ante todo lo horrible que yo he hablado. Ante el homicidio, ante la opresión, ante el abuso, tomar el nombre de Dios en vano, jurar falsamente es un gran pecado.

            ¿Significa esto que jurar en sí mismo es malo? NO. Que no es malo en sí mismo lo vemos porque Dios mismo ha jurado. Veamos el Salmo 110:4 “Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre Según el orden de Melquisedec”. Los apóstoles juraron. Pablo mismo invocó a Dios para garantizar que lo que decía era cierto. Romanos 9:1 “Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo”.  Y Jesús habló bajo juramento, en Mateo 26:63-64 “Mas Jesús callaba. Entonces el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios. 64 Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.” ¿Entonces qué es lo que se prohíbe? Se prohíbe el constantemente jurar para garantizar la verdad de lo que decimos. Una práctica común entre los judíos pero que no la vemos hoy día tan común, excepto en lo que juran por su madre, por sus huesos, por su vida.

            Entonces, ¿Cómo debemos usar nuestras palabras de tal manera que glorifiquen a Dios y guarden nuestra reputación? En primer lugar, hablando sin jurar. En segundo lugar…

II. Hablando con la verdad

            “Sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no”.  Hermanos, Dios nos llama a que siempre hablemos con la verdad. Que nuestra vida se caracterice por la integridad de nuestras palabras. Que nuestra promesa: sí, sea respaldada por nuestra conducta: sí. Y nuestra promesa: no, sea respaldada por nuestra conducta: no.

            Cuan distinto es esto en nuestros días. Cuantas personas conocemos que por una razón u otra no cumplen con sus palabras. Y no estamos hablando de que tienen que jurar para que sus palabras apliquen a este pasaje. Hermanos, lo que decimos es serio. Y si decimos que vamos a cumplir algo más nos vale que lo cumplamos. Algunos se comprometen a hacer algo y no lo cumplen como si eso no fuera gran cosa. Algunas personas nos dicen: voy para allá mañana y no lo cumplen y no tienen la cortesía de por lo menos llamar y decirnos: “mira perdóname que te dije que iba y surgió algo inesperado y no voy a poder ir a allá”. Se quedan callados y no cumplen. Algunos nos dicen: préstame $10 dólares y cuando cobre te los voy a pagar y no cumplen y no tienen el más mínimo problema con eso. Es mejor que me digas: me puedes regalar $10 dólares, que mentir y pedirlos y no hacerlo. Hay algunos que prometen o dicen que van a cumplir algo y pasa el tiempo y no lo cumplen y se creen que todo está bien porque a la otra persona se le olvidará con el tiempo lo que dije que iba a hacer y no lo hice. Hermanos, esa es una señal de un serio problema del corazón. Y todo esto aplica también a las palabras que hacemos en la iglesia, lo que nos comprometemos hacer y no hacemos. Eso no está bien.

            Nuestra vida debe caracterizarse de tal manera que cuando alguien nos escuche hablar y le digamos voy a hacer esto: ellos saben que lo vas a cumplir y si no pueden dirán: algo serio a ocurrido porque yo sé que ese hermano cumple fielmente.

            Hermanos, Dios es un Dios de verdad. Si no lo fuera dejaría de ser Dios. Y Él nos llama a imitarle. Efesios 5:1 “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados.” Es nuestro deber imitar a Dios. ¿Por qué? Porque Él es nuestro Padre. Por eso debemos imitarle como lo que somos: “hijos amados”. Dios nos ama en Cristo Jesús. Por medio de la muerte de Jesús hemos recibido la adopción de hijos. Y como hijos de Dios y hermanos de Cristo, Él nos llama que lo imitemos. El no miente y nosotros debemos seguir el ejemplo de nuestro Padre que con amor y por amor nos dio a su Hijo para que muriera por nosotros, para qué, para que nosotros reflejemos su carácter al mundo. Para que el mundo conozca a Dios por medio de nuestras vidas. Seamos hombres y mujeres que hablemos la verdad porque somos hijos de Dios.

            Y también porque Dios nos ha dado su Espíritu Santo. La Biblia llama al Espíritu Santo, el Espíritu de Verdad. ¿Por qué? Porque Él es la fuente de toda verdad. Y El mora en nosotros capacitándonos a imitar a Dios y hablar y vivir en la verdad. Busquemos de Él la gracia que necesitamos para siempre hablar la verdad sin temor. Cristo es la verdad, Él dijo: “Yo soy la verdad”. Y Él nos alimenta con la verdad por medio de la comunión con Él.

            Entonces, ¿Cómo debemos usar nuestras palabras de tal manera que glorifiquen a Dios y guarden nuestra reputación? En primer lugar, hablando sin jurar. En segundo lugar, hablando con la verdad. Y en tercer lugar…

III. Evitando el condenarnos

            “Para que no caigáis en condenación.” Fíjate de la seriedad del asunto. Cuan serio es tomar el nombre de Dios en vano. La seriedad se desprende de las palabras del segundo de los 10 mandamientos cuando dice en Éxodos 20:7 “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano.” Dios no declarará inocente al que tomare su nombre en vano. En otras palabras, no es poca cosa tomar el nombre de Dios en vano.

            El principio aquí detrás es que el nombre de Dios es sagrado y debe ser utilizado con el fin que Dios lo ha revelado: conocerle, amarle, adorarle, reverenciarle. Y esto aplica a la manera en que nosotros nos acercamos a Él en la adoración. Dios se revela por medio de su nombre. Pero Él también se revela por medio de su Palabra, leída y predicada. Y esto implica que debemos tener la más sagrada reverencia ante su Palabra.

            Hermanos la palabra de Dios se lee aquí. Su Palabra se predica fielmente aquí. No estar atento a su Palabra leída y predicada es un gran pecado. Dios nos habla por su Palabra. Su Palabra es su misma voz. Es un gran privilegio oír su Palabra. Es un gran privilegio oír su Palabra fielmente explicada y aplicada. Es una gracia tan inmensa que honestamente yo no puedo calcular. ¿Con ese sentido de reverencia te acercas a leer su Palabra a oír su Palabra predicada? Él es tu Padre, que a diferencia de muchos padres, Él te habla, porque te ama. Cada Palabra que leemos es una palabra acompañada con amor y misericordia y bondad. No tiremos por tierra su Palabra al no estar atento a la misma. No menospreciemos así su misericordia. Muchos de nuestros problemas se resolverían su estuviéramos más atentos a su Palabra. Porque la Palabra de Dios es el medio principal para santificarnos, consolarnos, fortalecernos, guiarnos, bendecirnos y si no estamos atentos ante su Palabra y no la aprendemos ni la practicamos cometeremos los mismos errores en nuestra vida, con nuestros hijos y no tendremos la madurez espiritual para enfrentar los sufrimientos que Dios nos envía en esta vida.

            Entonces, ¿Cómo debemos usar nuestras palabras de tal manera que glorifiquen a Dios y guarden nuestra reputación? En primer lugar, hablando sin jurar. En segundo lugar, hablando con la verdad. Y, en tercer lugar, evitando el condenarnos. Sea Dios con nosotros y nos dé su gracia para vivir para Él, imitándole como hijos amados.